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miércoles, 19 de septiembre de 2012

+ Kandinsky, Pollock y Ernst: las obras maestras de Peggy Guggenheim que vienen a Chile


A fines de los 70, se veía navegar por los canales de Venecia a una anciana canosa y adinerada, arropada por un gran abrigo de piel, medias caladas y unos estrambóticos anteojos de sol. La mayoría la reconocía, pero los que no, les costaba imaginar que esa señora, que se paseaba con sus 14 perros de raza Lhasa apso, había sido décadas atrás una de las impulsoras más importantes del arte de posguerra.
Era 1976 y Peggy Guggenheim ya estaba en retirada. Casi no adquiría obras y su mayor preocupación era viajar y administrar su ya valiosa colección con lienzos de Kandinsky, Pollock, Dalí y Picasso, comprados cuando estos artistas se acercaban a la cumbre de sus carreras. Entonces, Peggy hizo una jugada maestra: luego de años de rivalidad con su famoso tío coleccionista, Solomon R. Guggenheim, decidió traspasar la propiedad de su pinacoteca a su fundación en Nueva York. Fue justo a tiempo: tres años después, ella moría de un derrame cerebral.
Hoy, la colección permanece en su casa-museo en Venecia, dirigida desde 1979 por el historiador del arte Philp Rylands. “Cuando llegué a Venecia Peggy era sin duda el personaje más famoso y carismático de la ciudad. Hoy su colección es más famosa de lo que era cuando vivía”, dice el Rylands a La Tercera, quien por estos días diseña la muestra Coleccionista de vanguardias, que por primera vez traerá parte del fabuloso acervo de Peggy a Latinoamérica.
El destino es nada menos Chile: a fines de octubre aterrizará en el Centro Cultural Palacio La Moneda (CCPLM) más de un centenar de piezas entre óleos, esculturas, objetos personales y fotos de la coleccionista neoyorquina. “Vendrán tres envíos desde Venecia y uno de Nueva York, cada uno está a cargo de un comisario del museo. Es una muestra de la más alta calidad y la más cara que hemos financiado”, cuenta la directora del centro, Alejandra Serrano, sin revelar las cifras.
En la muestra, organizada por la Fundación Solomon R. Guggenheim de Nueva York y el CCPLM figuran obras de artistas nunca exhibidos en el país, como el surrealista Max Ernst, el rupturista e inventor del ready-made Marcel Duchamp, o el principal referente del expresionismo abstracto norteamericano, Jackson Pollock. El descubrimiento de este último fue hasta el final de sus días el máximo orgullo de Peggy Guggenheim.
Ocurrió en su regreso a Nueva York, en 1943, cuando la mecenas buscaba nuevos talentos para su galería Art of this Century. Roberto Matta , junto a Piet Mondrian, fueron algunos de los que recomendaron al artista que chorreaba pintura en un lienzo a ras de suelo. Sin fijarse en su aspecto desaliñado ni su alcoholismo, Peggy apoyó la incipiente carrera de Pollock. “Le dio un sueldo por cinco años para que se dedicara sólo a pintar. Le dio cuatro exposiciones individuales, le encargó su pintura más grande (ahora en la U. de Iowa), y donó 18 pinturas a museos de América y Europa con el fin de difundirlo”, cuenta Philip Rylands.
Arte en equilibrio
Pero el éxito con Pollock sólo vino a coronar una trayectoria marcada por su buen ojo coleccionista. Nacida en el seno de una de las familias más acaudaladas de EE.UU., su padre, Benjamin Guggenheim, murió en el Titanic, dejándole una “modesta” herencia de 450 mil dólares. Peggy tenía 14 años y nunca se recuperó: “En realidad no he dejado de buscar a mi padre”, decía, explicando así sus idilios varios con Max Ernst, con quien se casó, Yves Tanguy y -cómo no- con Pollock.
En los años 20 se mudó a París, atraída por el ambiente bohemio. Conoció a Man Ray y Duchamp y se volvió adicta al arte. “En 1937, cuando Peggy quiso abrir su primera galería en Londres, Duchamp le presentó a Kandisky y Jean Arp. El la ayudó a mantener un equilibrio entre las corrientes abstractas y surrealistas que dominaron el arte de la época”, relata el director del museo. Así, Peggy reunió una de las colecciones más representativas del siglo XX.
Justamente ese equilibrio se reflejará en la curatoría de Rylands. “Cuatro obras maestras hilan el recorrido. Está la abstracción con Curva dominante (1936), de Kandinsky; el surrealismo con Attirement of the bride (1940), de Max Ernst. La escultura con Maiastra(1912), de Brancusi, y por último El bosque encantado, de Pollock”, cuenta el curador. Destacan tambiénEl estudio (1928), de Picasso; Triste hombre en el tren (1912-13), de Duchamp, y Suave atardecer (1916), de De Chirico. Y no sólo habrá obras de arte, también objetos íntimos como cartas, fotos, sus gafas de sol diseñados por Edward Melcarth, sus aros pintados por Tanguy y otros diseñados por Alexander Calder.
Tras su periplo por Nueva York, donde se refugia de la II Guerra Mundial al mismo tiempo que promueve a los nuevos artistas americanos (Gorky, Rothko y Pollock), vuelve a Europa y se instala en el exorbitante palazzo Vernier dei Leoni, de Venecia. Allí la carismática Peggy abandonó su agitada vida amorosa, se rodeó de perros y se dedicó a viajar, con la tranquilidad de haber cumplido su tarea.

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